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Ofuscación de Ortega, reveses de Nicaragua
Ortega pareciera tener dos resortes emocionales que se le disparan automáticamente, y cuando eso ocurre, los reveses y por tanto los costos, son de toda Nicaragua.
Uno de esos resortes es el anti-tico, el otro es anti-occidente, focalizado en los Estados Unidos. El denominador común de ambos resortes es el rechazo a los grandes paradigmas políticos-económicos de la cultura occidental contemporánea: la democracia liberal representativa, y la economía de mercado. Resulta que ambos países, Costa Rica en las costillas de Nicaragua, y Estados Unidos como la principal potencia mundial democrática, son países que con todo y sus defectos, resultan emblemáticos de lo que Ortega emocionalmente rechaza.
Cuando esos resortes emocionales se disparan, Ortega se ofusca y los frenos racionales del cálculo y la estrategia política (porque en la intimidad racional también detesta a la democracia y la economía de mercado), dejan de funcionar.
Es lo que ocurrió en el reciente diferendo limítrofe con Costa Rica, que fue fallado adversamente para Nicaragua por la Corte Internacional de Justicia (CIJ), aunque, afortunadamente, por la naturaleza muy acotada de la disputa, los derechos fundamentales de Nicaragua sobre el Río San Juan han quedado a salvo.
Pero también, hace una semana, en París se alcanzó un trascendental acuerdo mundial sobre el cambio climático, y el gobierno de Ortega fue de los poquísimos, menos de una docena, que se opuso, entre casi dos centenares de países respaldaron ese acuerdo.
Los dos principales argumentos que utilizó el gobierno de Ortega para no respaldar el acuerdo revelan ignorancia, el funcionamiento del resorte emocional anti-occidente, y menosprecio por los intereses más inmediatos de la inmensa mayoría de nicaragüenses.
La delegación de Ortega dijo que el procedimiento para alcanzar el acuerdo no había sido democrático. En efecto, el acuerdo fue resultado de intensas y complejas negociaciones, acercando y balanceando intereses, estrechando diferencias, sin que ninguna de las partes pudiera alcanzar el máximo de sus aspiraciones. Todos los especialistas en política y derecho internacional saben, porque es parte del ABC de las relaciones internacionales, que es la única posibilidad de alcanzar acuerdos vinculantes jurídicamente en el marco de las Naciones Unidas. La alternativa, que sería la votación, no permite alcanzar acuerdos vinculantes, como tantas declaraciones (por ejemplo, las relacionadas con el embargo a Cuba, o las del pueblo Saharaui, y muchas más), que tienen valor moral y político, pero ninguna consecuencia jurídica. Resulta sarcástico que Ortega, quien niega los votos a los nicaragüenses dónde sí tendrían consecuencia, los reclame en Naciones Unidas, dónde no la tienen.
El segundo argumento fue demandar compensaciones irreales a los países desarrollados que son los principales responsables, con sus emisiones de gases de efecto invernadero, del cambio climático. Desde luego que es legítimo demandar, como lo hicieron la gran mayoría de países que respaldaron el acuerdo, financiamiento de los desarrollados y algunos en desarrollo (como China, que es el país que más contamina) para ayudar a los países que más lo sufren a mitigar sus consecuencias, o bien para apoyar los esfuerzos de la Coalición de Naciones con Bosques Tropicales (de la cual, afortunadamente, forma parte Nicaragua), porque la reforestación ayudará a ensanchar los “sumideros” naturales de los dañinos gases.
Sin duda que la revolución industrial, tan íntimamente vinculada a la economía de mercado y la democracia que Ortega rechaza, ha tenido costos, entre ellos el calentamiento global, pero sus beneficios han más que compensado esos costos. En un libro sobre el futuro, “El Mundo en 2050”, uno de sus autores señala: “Fueron necesarios doscientos cincuenta mil años para que la población mundial alcanzara los mil millones de habitantes, hacia 1800. Pero para sumar sus últimos mil millones, la humanidad necesitó solo una docena de años”. Este es un hecho que resume todos los beneficios del progreso asociado a la revolución industrial y el cambio tecnológico.
La posición del gobierno de Ortega solamente se explica por el funcionamiento del resorte emocional anti-occidental. ¿Qué quiere Ortega? ¿Igual que Morales en Bolivia, que volvamos a los niveles tecnológicos previos a la revolución industrial, con taparrabos?
Finalmente, los mayores costos ambientales inmediatos de nuestra población dependen de la depredación de bosques, contaminación de fuentes y acumulación de basura.
Los resortes emocionales de Ortega le llevan a desvaríos geopolíticos, mientras no se ocupa, sino que aumenta, esos problemas inmediatos de los nicaragüenses.