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Soledades de luchas victoriosas
El sábado pasado, aniversario del asesinato de Pedro Joaquín Chamorro, un grupo muy pequeño de familiares y amigos coincidimos en su tumba para poner unas flores y, en silencio, recordarle y meditar sobre su ejemplo. Éramos muy pocos, poquísimos.
Lo reducido del grupo no se explica porque la causa, el pensamiento y el ejemplo de la lucha de Pedro Joaquín, no convoquen. Se explica, en parte, porque no hubo ningún partido político u organización de envergadura que convocara, con recursos para propagandizar la conmemoración y movilizar a mucha más gente. Se explica, también en parte, porque en los 38 años transcurridos el cambio demográfico ha sido mayúsculo, y ya son pocos los nicaragüenses, hombres y mujeres, que tienen memoria de la dictadura somocista y de la lucha de Pedro Joaquín. Y en los libros de historia con los que estudian las nuevas generaciones el perfil de su vida y su lucha apenas existe, si es que existe.
Hay otra explicación, quizá más importante. Entre el pequeño grupo que nos reunimos en el cementerio estaba Luis Sánchez Sancho, ahora responsable editorial de La Prensa, y que en representación del Partido Socialista Nicaragüense formó parte de la Unión Democrática de Liberación (UDEL), que encabezaba Pedro Joaquín, y de la cual también formé parte.
“Estas, le dije a Luis, son las soledades de luchas victoriosas”, y recordamos juntos cómo en las soledades de la lucha antisomocista -de las que Pedro Joaquín dejó algunos testimonios notables- cuando llegábamos a una ciudad o un pueblo, y llenábamos el corredor de una casa, sentíamos que la gira política había sido un éxito. De esas soledades también dejaron testimonio muchos de los que entregaron sus vidas en la lucha sandinista.
Pero, recordábamos, la convocatoria de la lucha contra Somoza fue creciendo, y un mes antes que asesinaran a Pedro Joaquín, en Chinandega, tuvimos un mitin de varios miles a cielo abierto, del cual dejó para la historia una filmación artesanal su hermano Xavier. Lo demás es historia conocida. Menos de dos años después el régimen somocista no existía.
En la explicación de las soledades de la lucha opositora contra Somoza estaban, entre otras razones, la frustración y consecuente resignación que había dejado el pacto de Agüero con el dictador, el entendimiento de éste con las élites, la sensación de invencibilidad del régimen, el conformismo de las dádivas del poder en un momento de crecimiento económico y, desde luego, el temor a la represión.
Todo eso lo recordábamos acentuando cómo, mientras las soledades de la lucha eran lo visible, subterráneamente se estaba gestando una explosión de inconformidad económica y política. También era visible el nerviosismo del régimen. Somoza no se engañaba: sabía que no había sacado tantos votos, sino los que había decidido el Consejo Electoral que le obedecía; sabía, también, que muchas lealtades eran por las mieles del poder; entendía que las élites simulaban apoyarle porque tenía beneficios que repartirles (“procesadores de aforos”, le gritó una vez desde Matagalpa, molesto por una ligera crítica que le hicieron, recordándoles las exenciones); no ignoraba que los empleados públicos iban a sus manifestaciones obligados; tampoco se engañaba con las encuestas; entendía perfectamente que si en la repartidera de una Purísima la gente extiende la mano por los paquetes y canastitas sin necesitarlas, con mayor razón la necesidad abalanza a los pobres sobre lo que se reparte.
El nerviosismo de la dictadura la llevaba a la represión. Algo semejante vimos el mismo sábado. A título de que celebraban el octavo año del gobierno de Ortega, éste mostró el músculo represivo y envió a miles a rotondear y, lo más revelador, a ocupar un lugar inusual de los ya casi cotidianos rotondeos: sus fuerzas de choque ocuparon de antemano el monumento a Pedro Joaquín en el centro de la vieja Managua, para impedir cualquier manifestación.
¿Qué manifestación, si nadie había convocado?
“Es temor nervioso”, me dijo un amigo, recordando lo ocurrido el 10 de diciembre recién pasado, en que miles de nicaragüenses, entre ellos centenares de campesinos, venciendo innumerables obstáculos, se congregaron a protestar por el riesgo de sus propiedades debido al proyecto canalero. “Teme perder la calle”, agregó.
No se da cuenta, le dije, que la procesión va por debajo.
Abajo las élites, arriba las élites
También el sábado pasado, y ha sido noticia en esta semana, se informó del progresivo cierre del Instituto de Excelencia Académica Sandino (IDEAS), cuya magnífica construcción empezó el gobierno de Bolaños e inauguró Ortega.
IDEAS, como se le conoce por sus siglas, ha estado destinado a dar una oportunidad de estudios, especializados y gratuitos, con alimentación, dormitorio y materiales académicos incluidos, a jóvenes de escasos o limitados recursos que muestren un especial talento. Además, es un centro destinado a la investigación y experimentación educativa, a objeto de extraer lecciones que puedan irradiar a todo el sistema de educación.
Tengo una sobrina costarricense quien me llamó la atención sobre la noticia y me dijo que en su país eso no ocurriría. Tampoco ocurriría en Chile, Uruguay, Panamá y muchísimos países más, de tamaño semejante al nuestro. Solamente alcancé a reflexionar: “por eso estamos como estamos, y otros países están como están”.
Pero, pensé después, hay algo peor y más cruel: los hijos talentosos de los que podemos pagar, tendrán la oportunidad para desarrollar sus talentos, pero en este supuesto gobierno de los pobres, los hijos de los pobres no tienen esa oportunidad.
Que unos pocos estudiantes puedan pagar educación de calidad, mientras a los pobres el gobierno “cristiano, socialista y solidario” de Ortega, les niega la oportunidad que les dio el gobierno “neoliberal, de derecha” de Bolaños, es sencillamente porque este gobierno en nombre de los pobres es una gigantesca máquina de reproducción de las élites, incluida la propia.
Otra razón para la inconformidad, aunque todavía no sea visible.